Casualmente, di con un programa de televisión en el que se
busca concientizar sobre el consumismo que nos atrapa sin darnos cuenta y para
ello, en cada episodio participa una familia a la cual se le retiran de su
hogar durante un mes, todos los artefactos electrónicos y de tecnología que se
tengan como la tv, el stereo, la computadora, las consolas de juego, etcétera.
Este experimento fue muy interesante de ver. Los primeros
dos días parecían una horrible tortura para la familia, veían su casa “vacía”
sin toda esa tecnología que formaba parte de su vida cotidiana; no sabían qué
hacer, se peleaban entre ellos (parecían tener un síndrome de abstinencia) y
estaban enojados todo el tiempo. Al final de la primer semana, aprovecharon
todo ese tiempo libre para ponerse a limpiar a fondo su casa (algo que no
habían hecho durante años).
En la segunda semana, comenzaron a charlar más entre ellos:
los padres se sentaron a escuchar a sus hijos, los hijos intentaron entender a
sus padres; empezaron a realizar actividades como familia. Salían a caminar, a
jugar con un balón a su jardín, y cuando agotaron todos los juegos de mesa que
tenían disponibles, inventaron sus propios juegos, se dividieron las
actividades de mantenimiento del hogar entre todos y cada quién asumió su
propia responsabilidad.
La tercer semana, el padre y la madre ya dormían en el mismo
cuarto otra vez (dado que antes el padre dormía en el sofá, porque veía la tv
ahí y la madre veía la tv del cuarto, cada quien un programa distinto), los
hijos mejoraron su desempeño en la escuela, porque al no tener la tv, hacían su
tarea sin distracciones y además, recibían el apoyo de sus padres. La comunicación
familiar era estupenda, jamás había estado mejor.
La cuarta semana ya se habían acostumbrado a su nuevo estilo
de vida y algunos se angustiaban en pensar que al regresar todas las cosas que
se habían llevado, todo volvería a ser como antes. Al final, escogieron solo lo
esencial y se deshicieron de todo lo que no necesitaban: se quedaron con 1 tv,
una computadora y la cafetera.
El caso de esta familia que se encontraba atada al
consumismo no es nuevo ni el único, hoy parece haberse convertido en el nuevo
estilo de vida. Al privarse de todas las cosas que no necesitaban, cayeron en
cuenta de que lo que más necesitaban era la convivencia con ellos mismos;
conocerse, escucharse y volverse la familia que se supone eran antes del
experimento.
Su vida se volvió más sana al dedicarle mayor tiempo a las
actividades al aire libre, tenían menos distracciones para poder hacer sus
deberes, descansaban más tiempo porque no se desvelaban con la tv, la
computadora o los videojuegos y encontraron que tanto pasar tiempo juntos como
pasar un tiempo a solas con la compañía de un buen libro, era algo que les
proporcionaba la misma o más alegría y placer que sentarse horas frente al
televisor.
Además, cuando les devolvieron sus cosas, se dieron cuenta
de que realmente no ocupaban nada de ello para poder vivir y ser felices; así
que decidieron que en fechas especiales como aniversarios, navidades,
cumpleaños y más; en adelante solo optarían por regalarse experiencias en
primer lugar, dejando como última opción los obsequios que además de estorbar
en su casa, generan otros gastos y con el paso del tiempo se convierten en
basura.
La tecnología hace la vida más fácil, pero ¿para qué
querríamos tener una vida más fácil si con ello podemos perder el sentido que
tiene hacer nuestras actividades cotidianas? Un auto nos facilita trasladarnos,
pero no sustituye la necesidad que tiene nuestro cuerpo de caminar, y en el
momento en que nosotros mismos dejemos que eso pase, entonces perderemos muchos
de los placeres que nuestros padres y abuelos gozaron y que por nuestra culpa,
nuestros hijos podrían no conocer.
Regalar una experiencia no tiene que ser necesariamente un
viaje fuera de la ciudad. Sencillamente, en lugar de pasar un domingo frente al
televisor, podemos simplemente ir de paseo a la playa con nuestra familia para
variar, a celebrar, que tenemos la dicha de poder hacerlo.
eclecticahoy@gmail.com
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